lunes, 2 de julio de 2012

Por eso no me gusta hablar de amores imposibles, sino de amores improbables, porque lo improbable es por definición probable lo que es casi seguro que pase es que pueda pasar. Mientras haya una posibilidad, media posibilidad entre mil millones de que pase, MERECE LA PENA INTENTARLO.

Como el último sorbo de una copa, la última calada de un cigarro, o la última gota que cae en una tormenta. Efímero, gratificante y en ocasiones, perjudicial. Hablo de pactos bajo las mantas y de promesas en servilletas. Hablo de que cada recuerdo es una historia por contar, de que cada olor trae imágenes a la mente, y de que las imágenes valen más que cualquier tontería que yo te pueda contar. Hablo de olvidarnos del otoño de caídas, y de la primavera de renaceres. Reinventarnos poco a poco. Quemar la noche, y también el tráfico. Que me olvide del tiempo, y te escriba mil cartas, para que luego las leas en tu cama. Que las pegues en la pared, y escribas algún que otro verso en tu almohada. Hablo de jugar a ser originales, y también impredecibles.

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